Miremos alrededor

Y aquí estamos de nuevo juntos, en este cuarto artículo donde exploraremos el entorno que rodea a un pequeño deportista para comprenderlo mejor.

El entorno es tan importante como lo que llevamos dentro y es una comprensión necesaria en nuestro camino de crecimiento común.

El entorno en el que crece un niño —familia, entrenadores, compañeros, club deportivo— es tan importante como el deporte en sí, porque orienta la manera en que el movimiento se convierte realmente en una experiencia educativa y no solo en actividad física organizada. Cultivar el pensamiento crítico en los adultos que lo rodean permite elegir contextos, métodos y mensajes deportivos que favorezcan un desarrollo sano, autonomía y capacidad de elección futura.

El deporte en la edad evolutiva sostiene el crecimiento físico (huesos, músculos, coordinación), pero también el cognitivo, el emocional y el social, porque el niño aprende a través del cuerpo y de la acción concreta. En los juegos y entrenamientos entra en contacto con reglas, roles, éxitos y frustraciones que se convierten en un gimnasio cotidiano para la autoestima, la gestión de las emociones y la resiliencia.

Además, moverse en grupo expone al niño a distintos estilos de comunicación y a micro-decisiones continuas (cooperar, respetar turnos, negociar) que entrenan funciones ejecutivas como la atención, la flexibilidad mental y el control de los impulsos. Así, las competencias desarrolladas en el deporte se transfieren a la escuela y a la vida diaria (capacidad de concentración, respeto de las normas, perseverancia).

No es el deporte “en abstracto” lo que educa, sino la forma en que está organizado y vivido.

Un contexto que valora la diversión, la exploración y la seguridad afectiva favorece el bienestar y el aprendizaje mucho más que uno centrado solo en resultados y clasificaciones.

El entrenador que escucha, ofrece retroalimentación clara y realista, y trata el error como una oportunidad de crecimiento y no como una culpa, construye un clima que autoriza a probar y equivocarse.

La familia sigue siendo el primer “campo de entrenamiento” de cada niño: el modelo de los padres con respecto al movimiento, la alimentación, la gestión del tiempo y el diálogo sobre el deporte influye en la motivación, la continuidad y el significado que el niño atribuye a la actividad deportiva. Cuando el entorno adulto envía mensajes contradictorios (pido que se divierta, pero juzgo solo el resultado, digo que “lo importante es participar” pero criticó duramente si pierde), el niño interioriza un clima de ansiedad por el rendimiento y miedo al juicio.

Desde la psicología del deporte, y conectando con la motivación de la que ya hablamos en el artículo número 2, el clima motivacional es el conjunto de señales explícitas e implícitas que entrenadores, familias y compañeros envían y que orientan cómo el niño entiende el éxito, el esfuerzo y su propio valor. Según Duda y Balaguer (2007), pueden existir dos grandes tipos de clima: el clima motivacional orientado a la tarea y aquel orientado al ego. En el primero se valora el aprendizaje, el esfuerzo, la cooperación y la mejora personal. El error se entiende como parte natural del proceso. En este caso, el niño siente mayor autonomía, seguridad y disfrute, lo que fomenta una motivación intrínseca, mayor persistencia y una relación más saludable con el deporte.

En el clima motivacional orientado al ego, en cambio, se enfatizan los resultados, comparaciones y jerarquías. El error se percibe como fracaso y, por ende, el niño experimenta más presión, ansiedad y miedo al juicio externo.

Entender y promover un clima orientado a la tarea en los clubes y en la familia es clave para sostener una participación deportiva saludable y duradera.

Como comentábamos anteriormente, la familia constituye uno de los pilares emocionales y motivacionales más influyentes en la práctica deportiva del niño. Según Gordillo (2000) y Dosil (2009), los estilos de apoyo parental pueden clasificarse en:

1. Apoyo positivo:

·       Refuerza el disfrute, la autonomía y el proceso.

·       Acompaña sin invadir.

·       Ajusta expectativas a la edad y características del niño.

Este estilo se asocia con mayor bienestar, motivación estable y continuidad deportiva.

2. Control excesivo o presión:

·       Expectativas elevadas, críticas frecuentes, sobre implicación emocional.

·       El deporte se convierte en fuente de tensión y no de placer.

Este estilo incrementa el riesgo de abandono, estrés y disminución del disfrute.

3. Desinterés o indiferencia:

·       Falta de acompañamiento, poca valoración del deporte.

Puede provocar baja motivación y sensación de falta de apoyo.


En síntesis, los niños prosperan en contextos donde la familia provee apoyo emocional, estructura, comunicación abierta y validación del esfuerzo por encima del resultado.

A esto se suman otras variables que influyen en la continuidad deportiva y en la manera en que cada niño afronta los desafíos, como el apoyo social, la percepción de competencia y la sensación de ser capaz, descritas por Rees y Hardy (2000). 

Cuando el niño percibe que no está solo, que tiene recursos y que sus esfuerzos son valorados, se fortalece su vínculo con el deporte y se favorece una experiencia emocionalmente saludable.

Factor

Definición/Descripción

Impacto/Beneficio

Soporte social

La percepción de apoyo por parte de entrenadores, familia y compañeros.

Reduce el impacto del estrés, mejora la resiliencia y favorece la adherencia.

Autoeficacia

Creencia en la propia capacidad para realizar una tarea.

Aumenta la probabilidad de persistir frente a la dificultad.

Percepción de competencia

Sensación de “soy capaz”, clave en la motivación infantil.

Se construye con experiencias progresivas de éxito, feedback adecuado y autonomía.

Gestión emocional y afrontamiento

Estrategias para manejar frustración, miedo o presión.

Favorece el disfrute, reduce el abandono y promueve afrontamiento adaptativo.

Estas variables se desarrollan y fortalecen en un entorno social que, valida al niño, reconoce su esfuerzo y ofrece recursos, no juicios.

Usar el pensamiento crítico significa no aceptar automáticamente lo que “siempre se ha hecho” en el deporte juvenil, sino preguntarse: “¿Esto ayuda de verdad al niño a crecer?”. Algunas preguntas guía para madres, padres, entrenadores y educadores:

  • ¿El entorno de entrenamiento es seguro, inclusivo y libre de humillaciones y favoritismos sistemáticos?
  • ¿El lenguaje utilizado valora el esfuerzo, la curiosidad y la mejora personal más que el resultado?
  • ¿La carga de entrenamiento es adecuada a la edad, dejando espacio para el juego libre, el descanso y la escuela?
  • ¿Se implica al niño en las decisiones (qué deporte practicar, cuánto, con qué objetivos) de forma proporcionada a su edad?
  • ¿Los adultos saben distinguir sus propias necesidades (revanchas, ambiciones) de las del niño?

Pensamiento crítico también significa seleccionar clubes deportivos y entrenadores en función de criterios educativos, no solo logísticos o competitivos: observar cómo se habla a los niños, cómo se gestionan los conflictos y qué lugar ocupa el juego con respecto a la competición.

En una perspectiva de crecimiento integral, el deporte puede ser un vehículo privilegiado para algunas competencias clave:

  • Conciencia corporal: conocer el propio cuerpo, las señales de fatiga, tensión y entusiasmo, aprendiendo a autorregularse.
  • Autorregulación emocional: reconocer la frustración, la rabia, el miedo a equivocarse y aprender estrategias sencillas para gestionarlas (respiración, pausas, auto-diálogo).
  • Relación y cooperación: saber pedir ayuda, apoyar a un compañero, respetar turnos y roles, gestionar conflictos sin renunciar a las propias necesidades.
  • Mentalidad de crecimiento: ver el error como información y no como identidad, y comprender que las habilidades se desarrollan con el tiempo y la práctica.
  • Autonomía y responsabilidad: preparar el material, llegar puntual, hacerse cargo del propio compromiso y tomar decisiones cada vez más autónomas sobre el propio recorrido.

Cuando estos aprendizajes se vuelven explícitos (se hablan, se nombran, se refuerzan), el deporte deja de ser solo una “actividad extra” y se transforma en un verdadero laboratorio de ciudadanía y madurez.

La epigenética estudia cómo el entorno (nutrición, estrés, relaciones, movimiento) influye en la expresión de los genes sin cambiar su secuencia, regulando por ejemplo qué genes están “encendidos” o “apagados”. En la edad evolutiva, el cerebro y el cuerpo son particularmente plásticos, por lo que estilos de vida activos, relaciones de apoyo y una gestión saludable del estrés pueden favorecer perfiles hormonales y neurobiológicos más protectores a largo plazo.

 

Un contexto deportivo positivo, en el que el niño se siente acogido, motivado y no sometido a una presión crónica, contribuye a reducir el estrés tóxico y a promover adaptaciones fisiológicas favorables, como una mejor regulación de los sistemas del estrés y una mayor neuroplasticidad. En este sentido, el “entorno” no actúa solo en el plano psicológico y conductual, sino que también deja huellas en los sistemas biológicos que sostienen el aprendizaje, la salud mental y la capacidad de afrontar los desafíos futuros.

Al final, todo este camino nos recuerda que el deporte es solo una de las tantas formas en que un niño se encuentra con el mundo. Lo que es verdaderamente importante es cómo se sintió de acompañado mientras crecía: si era visto, escuchado y respetado en su ritmo. Si logramos construir entornos donde el movimiento sea una fuente de bienestar y no de presión, entonces el deporte se convierte en un aliado valioso para que cada niño descubra, con libertad y seguridad, quién es y quién puede llegar a ser.

Nos despedimos y les deseamos una feliz Navidad.

Abordaremos este tema en otro artículo en Enero. 

Nos vemos pronto.



 

 

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